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diciembre 18, 2019
El ascenso de Skywalker: Producto Insustancial
18
diciembre
2019

Star Wars es una religión y ya sabemos lo que pasa con el dogma. Sin embargo, desde una mirada no creyente solo queda constatar que este ultimo capítulo de la saga, El ascenso de Skywalker de JJ Abrams es una película aburrida, pomposa y extremadamente conservadora (no vaya a a ser que los seguidores de Trump, Johnson y Bolsonaro se den por aludidos). Es un producto anodino y cobarde, hecho bajo el mandato comercial de no molestar a nadie y que recuerda mucho al decepcionante final de Juego de Tronos.

La hipercorrección política ha matado el encanto que una vez tuvo esta historia con ínfulas revolucionarias y que en este capítulo se limita a ensartar diálogos ridículos, personajes clásicos ya probados y acción machacona. Una gran saga merecía una película final con entidad propia. No es el caso. Lo más triste es que los creadores lo saben: un cineasta de la talla de Abrams no puede haber perpetrado un producto tan insustancial de forma involuntaria.

Ni siquiera Chewbacca anima el cotarro

Que no se alarmen los creyentes. El Ascenso de Skywalker proporciona varios momentos memorables y alguna resurrección de aplauso seguro. Su gran baza sigue siendo la nostalgia, lo cual es algo humillante para los actores que se han incorporado a este tótem sabiendo de antemano que no pueden competir con el encanto de Chewbacca y  C-3PO. De la nueva hornada de los humanos solo aportan profundidad Adam Driver y Oscar Isaac, a pesar del guion acartonado que no les permita salir de la mueca solemne. El resto, en especial Daisy Ridley y John Boyega se hunden penosamente con sus diálogos y se quedan en mera cuota de minorías, a las que por cierto se les niega hasta un beso interracial.

No hay renovación visual. Es para llorar

Por no haber riesgo, no hay tampoco una apuesta visual innovadora, ni el brío de las tomas cenitales de Los últimos Jedi (2017) del brillante Rian Johnson, que ha queda inexplicablemente relegado. Abrams vuelve a los desiertos retrofuturistas y a las batallas espaciales mil veces vistas. Salvo una incursión en una nave hundida en el océano, lo demás es una mera copia. Visto con perspectiva, una se lamenta de haber vapuleado la segunda trilogía de GeorgeLucas en la que, por lo menos había una apuesta estética potente y muchos disparates que hacían sentir la presencia, aunque trasnochada, de un artista sin complejos.

Han pasado 42 años desde Star Wars (1977). Entonces nació en buena lid, valiéndose de méritos propios para tapizar las infancias y adolescencias de varias generaciones en todo el mundo. Esa frescura futurista y justiciera, con aromas orientalistas, ha pasado a ser un rodillo cultural que se ha impuesto a golpe de mercadotecnia sofisticada y que arrastra con ella una legión de fans que la defienden y la memorizan como borregos. Afortunadamente hemos llegado al final, y las nuevas generaciones de artistas quedan libres para inventar nuevas galaxias. Necesitamos aire fresco y dar espacio a los nuevos artistas.